Siendo mi propio páncreas y ahora también mamá páncreas: un viaje real, emocional y lleno de aprendizajes con la diabetes

Ilustración de una madre abrazando a su hija mientras sostiene un medidor de glucosa, representando el rol de ser su propio páncreas y mamá páncreas en la diabetes tipo 1.

Siendo mi propio páncreas y también mamá páncreas: un viaje de amor, decisiones y resiliencia

Vivir con diabetes no es solamente manejar números, hacer cálculos rápidos o estar pendiente de una alarma. Es un estilo de vida. Es una forma de pensar. Es un entrenamiento mental y emocional que nunca termina.

Quienes vivimos con diabetes conocemos muy bien ese sentimiento de “trabajar extra” cada día: interpretar señales del cuerpo, escuchar patrones invisibles, anticipar efectos, ajustar dosis, corregir, prevenir… todo para mantenernos estables. Ser “mi propio páncreas” es una responsabilidad que no pedimos, pero que asumimos con valentía.

Pero cuando además llega la maternidad, la dinámica cambia profundamente. No solo administramos nuestras propias decisiones; ahora también acompañamos a nuestros hijos en un camino que, aunque desafiante, está lleno de aprendizaje, empatía y amor. Convertirse en mamá páncreas es entrar en un rol único: ser cuidadora, guía, apoyo emocional y profesora de vida.

El trabajo invisible: más decisiones que un operador de bolsa

Las personas que no viven con diabetes difícilmente imaginan cuántas decisiones tomamos al día.
Para ellos, “comer” es solo eso: comer. Para nosotros, es analizar carbohidratos, revisar tendencia, preguntar cómo está la basal, ver si hubo ejercicio, si hay estrés, si hay hormonas involucradas, si hay sueño atrasado o si el clima está influyendo.

Lo que para cualquiera es normal, para nosotros es un “si X pasa, entonces tengo que…”
Y lo hacemos todo el día.

Estudios han mostrado que quienes viven con diabetes toman más de 180 decisiones diarias relacionadas a su condición. Eso significa que somos estrategas, analistas y protectores de nosotros mismos, minuto a minuto. Y cuando sumamos el rol de mamá páncreas, esa cifra se multiplica.

El día a día siendo mamá páncreas

Ser mamá ya implica desvelos, preocupaciones y millones de pequeños detalles. Pero ser mamá páncreas añade una capa adicional: una responsabilidad que se siente en el pecho antes de dormir, que vibra cuando una alarma suena a medianoche y que nos hace aprender habilidades que jamás imaginamos tener.

1. Las noches que solo otra mamá páncreas entiende

Hay noches en las que nos acostamos, pero realmente no dormimos.
Dormimos “de oído”, atentos al sonido perfecto:

  • la alarma del monitor,
  • el movimiento raro,
  • el silencio sospechoso,
  • el “mamá, me siento raro”,
  • o simplemente la intuición.

La intuición de una mamá páncreas es una herramienta más poderosa que cualquier estudio clínico.

2. Las conversaciones difíciles

Ser mamá páncreas también significa responder preguntas que duelen:
“¿Por qué yo?”
“¿Voy a tener que vivir así toda la vida?”
“¿Cuándo dejaré de depender de ti?”
“¿Las otras mamás también se levantan en la noche?”

Y en cada respuesta ponemos amor, pero también ponemos verdad. Esa verdad que fortalece.

3. Enseñar sin asustar

Lograr que nuestros hijos aprendan a:

  • contar carbohidratos,
  • reconocer síntomas,
  • escuchar su cuerpo,
  • interpretar flechitas del monitor,
  • tomar decisiones,
  • pedir ayuda,
  • y ser responsables…

…sin que lo vivan con miedo, es un arte.

La educación en diabetes es un acto de equilibrio: dar información suficiente sin sobrecargar. Acompañar sin controlar. Guiar sin invadir.

Construyendo autonomía desde el amor

Una mamá páncreas no quiere que su hijo dependa de ella para siempre. Quiere enseñarle a ser independiente.
La meta final es que pueda tomar sus propias decisiones con seguridad, sin culpa y sin miedo.

Pero llegar a ese punto requiere tiempo. Requiere paciencia. Requiere repetir procesos mil veces:

  • “¿Cuántos carbohidratos tiene esto?”
  • “¿Qué flechita tiene tu monitor?”
  • “¿Qué deberías hacer si estás bajando?”
  • “¿Y si vas a correr?”
  • “¿Y si estás alto antes de dormir?”
  • “¿Tomaste en cuenta el desayuno retrasado?”

Son conversaciones repetidas, pero cada repetición siembra conocimiento. Y un día, sin darte cuenta, tu hijo responde solo. Y tú sonríes porque sabes que va camino a ser su propio páncreas.

El impacto emocional: lo que nadie ve pero tú sí sientes

Ser mamá páncreas no se trata solo de medir glucosa. También implica:

1. Cargar con el miedo silencioso

Ese miedo que no contamos:
miedo a una baja severa, a un susto, a una madrugada difícil, a un error de cálculo.

2. La culpa que intentamos soltar

Todas las mamás páncreas conocen la culpa:
Por corregir de más, por corregir de menos, por no darse cuenta antes, por no prever una subida…
Pero la culpa no ayuda. La culpa se sana con compasión.

3. Celebrar victorias que otros ni notan

Un 110 estable.
Un día sin picos.
Un cálculo perfecto.
Un ejercicio sin sustos.
Una noche tranquila.
Un hijo que dice “yo puedo”.

Esas victorias no salen en redes, pero se sienten como trofeos.

La importancia de la comunidad

Ninguna mamá páncreas debería caminar sola este camino.
Hablar con otras mamás páncreas es como quitar piedras del corazón.
Es compartir códigos, experiencias, ideas y también errores que enseñan.

Las comunidades —online y presenciales— se vuelven red, contención, educación y alivio emocional.
Recordarnos entre todas que estamos haciendo lo mejor que podemos.

Conclusión: ser tu propio páncreas ya es un reto… ser mamá páncreas es multiplicarlo por amor

Ser tu propio páncreas requiere fuerza.
Ser mamá páncreas requiere fuerza, paciencia, resiliencia, ternura y una pasión que solo una madre entiende.

Este camino no es sencillo, pero tampoco estás sola.
Cada día haces más de lo que crees.
Cada noche eres más fuerte de lo que imaginas.
Y cada decisión que tomas está guiada por el amor más profundo.

Tus hijos lo verán, lo aprenderán y, un día, lo agradecerán.

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